Haciendo gala de una tranquilidad que provocó un escalofrío en la espalda a la hermana XX5 y la dejó casi sin aliento, la mujer volvió la cara hacia ella y se quitó la capucha.
El amenazante resplandor anaranjado de sus ojos desapareció, siendo reemplazado por el habitual azul pálido con motas violeta que XX5 conocía tan bien.
—Hermana XX5 —la saludó en tono de befa, como burlona era la sonrisa de sus labios—. ¿Has disfrutado con el espectáculo? Seguro que sí.
XX5 se puso en pie despacio, completamente atónita. La Hermana que había sostenido la mordaza también se levantó y se retiró la capucha.
—XX5, querida —le dijo—, qué amable eres al mostrar tanto interés por nuestro pequeño grupo. No sabía que eras tan estúpida. ¿De veras creíste que te dejé ver el quillion en mi despacho por descuido? ¿Que no sabía que alguien estaba interesado? Tenía que descubrir quién merodeaba y metía las narices en lo que no le importaba. Así pues, dejé que lo vieras. No estuve del todo segura hasta que nos seguiste. —Su sonrisa heló a XX5—. ¿Nos tomas por idiotas? Vi perfectamente el charco de han que conjuraste para que lo pisáramos. Qué lástima, para ti.
XX5 aferraba con fuerza la flor de oro que llevaba al cuello, y hundía las uñas en la palma de su mano. ¿Cómo era posible que hubiesen visto el charco de su han? La respuesta era trágicamente simple: las había subestimado. Había subestimado lo que podían hacer con el don. Y ese error iba a costarle la vida.
Pero sólo la suya. Sólo la suya. XX5 rogó al Creador que sólo fuera la suya. Sentía la presencia de XY2 a su lado.
—XY2 —susurró—, corre. Yo trataré de contenerlas mientras tú huyes. Corre, amor mío. Sálvate.
—Creo que prefiero quedarme, «amor mío». —La poderosa mano del joven la agarró por el brazo. XX5 no podía dejar de mirar esa expresión cruel y vacía—. Traté de salvarte, XX5. Intenté que regresaras, pero tú no quisiste escucharme. Si logro que jure, ¿no podríamos... —preguntó a la Hermana situada al otro lado del claro. Ésta se limitó a mirarlo iracunda—. No, supongo que no. —XY2 suspiró.
De un fuerte empellón, la empujó hacia el calvero. XX5 trastabilló y se detuvo al borde de las velas. Se sentía como entumecida. Su mente se negaba a trabajar, y no podía hablar.
—¿Se lo ha contado a alguien más? —preguntó a XY2 la Hermana que estaba al mando, entrelazando las manos al frente.
—No. Sólo a mí. Quería conseguir una prueba antes de pedir ayuda a otros. No es así, ¿amor mío? —De nuevo, XY2 sacudió la cabeza, y una leve sonrisa asomó en sus labios. En esos labios que ella había besado. XX5 sintió náuseas. ¿Cómo había podido ser tan estúpida?—. Qué lástima.
—Lo has hecho muy bien, XY2. Serás recompensado. Y en cuanto a ti, XX5... bueno, mañana XY2 informará que, después de intentar rehuir las insistentes insinuaciones de una mujer madura, tuvo que rechazarte claramente y con firmeza, y que tú saliste corriendo avergonzada y humillada. Si vienen aquí y encuentran tus huesos, se confirmarán sus temores de que preferiste poner fin a tu vida porque te sentías indigna de seguir viviendo como Hermana de la Luz.
—Entrégamela. Deja que ponga a prueba mi nuevo don. Deja que lo disfrute —rogó la Hermana de los ojos moteados.
Esos ojos mantenían a XX5 helada. Su mano continuaba aferrando la flor del colgante. El abrumador dolor de saber que XY2 la había traicionado apenas la dejaba respirar.
XX5 había suplicado al Creador que diera fuerzas a XY2, fuerzas para ayudar al prójimo, aunque no sabía quién era ese prójimo. Y el Creador había escuchado todas sus plegarias, sus insensatas plegarias.
[…]
Confusa, XX5 se dio cuenta que estaba tirada en el suelo y miraba hacia las hermosas estrellas, la obra del Creador. No podía respirar, simplemente no podía.
Era extraño. No recordaba que el aire la hubiera golpeado, sólo que de pronto algo la había dejado sin respiración. Sentía frío, aunque tenía algo cálido en la cara, cálido y húmedo. Era un consuelo.
Sus piernas se negaban a moverse. Por mucho que lo intentara, no lo lograba. Haciendo un supremo esfuerzo consiguió levantar un poco la cabeza. Las Hermanas no se habían movido, pero ahora parecían estar más lejos. Todas la miraban, y XX5 hizo lo mismo.
Algo iba terriblemente mal.
Por debajo de las costillas apenas tenía nada, sólo despojos de sus entrañas y nada más. Donde debería haber estado el resto de su cuerpo no había nada. ¿Qué había pasado con sus piernas? Tenían que estar en alguna parte.
Sí, allí estaban. A cierta distancia, donde antes estaba ella de pie.
Así pues, por eso no podía respirar. No comprendía cómo el aire le había hecho eso; era imposible. Al menos, no en manos de una Hermana. Era un milagro.
«Creador, Creador, ¿por qué no me has ayudado? Yo hacía tu trabajo. ¿Por qué has permitido que esto pasara?»
Debería dolerle, ¿no? Debería sufrir al haber sido desgarrada por la mitad. Pero no, no sentía el más mínimo dolor.
Frío. Solamente sentía frío. Sin embargo, la cálida masa de sus entrañas contra el rostro la aliviaba, le daba calor. XX5 se consoló con ese calor.
Tal vez no le dolía gracias al Creador. «Creador, te doy las gracias. Lo he hecho lo mejor que he podido. Lo siento, te he fallado. Tendrás que enviar a otra.»
Unas botas se acercaron. Era XY2, su marido, un monstruo.
—Traté de avisarte, XX5. Traté de mantenerte lejos. No puedes decir que no lo intentara.
XX5 tenía los brazos extendidos a ambos lados. En la mano derecha notaba aún la flor de oro. No la había soltado. Pese a que la habían partido en dos, no la había soltado. Ahora quiso hacerlo, pero la mano no se le abría. Ojalá tuviera fuerza suficiente para dejar ir la flor. No quería morir con ella en la mano. Pero le era imposible soltarla.
«Creador mío, también te he fallado en esto.»
Total, al final ¿Cuál es
P.D.3: Para finales de Octubre la siguiente entrega.
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